HONG KONG.- Para los dos hombres que están en la línea de frente de una guerra comercial que ya está provocando la ruptura del vínculo entre las dos mayores economías del mundo, todo se reduce a cuál de los dos parpadea primero.
En un rincón del ring está el presidente Donald Trump, que descerrajó un disruptivo plan para transformar el sistema del comercio internacional con la aplicación de aranceles, pero que apenas horas después de que entraran en vigor reculó y las dejó en suspenso para todos los países menos China.
En el otro rincón está Xi Jinping, líder máximo de China, que tiene bien ganada su reputación de no dar paso atrás: se aferró a las estrictas restricciones de la pandemia cuando ya no funcionaban ni hacían falta, y ante la alarma de sus socios comerciales que temían una inundación de productos chinos más baratos en sus mercados, Xi presionó hasta lograr que China se convirtiera en líder mundial en paneles solares y autos eléctricos.
Y ahora que enfrenta la mayor prueba a su liderazgo desde la pandemia, Xi ha seguido el mismo patrón. El viernes, el gobierno de Pekín escaló su respuesta a Trump y elevó al 125% los aranceles a los productos norteamericanos, sin importarle que una prolongada guerra comercial pueda profundizar los problemas que atraviesa la economía china. Antes del anuncio y en su primer comentario púbico sobre la guerra comercial, Xi se esforzó en transmitir confianza.
“La guerra arancelaria no tendrá ganadores, y lo único que se logra yendo contra el mundo es aislarse”, dijo Xi al recibir en Pekín al primer ministro de España, Pedro Sánchez, sin mencionar explícitamente a Trump ni a Estados Unidos.
“Durante más de 70 años, para desarrollarse China siempre ha dependido de su confianza en sí misma y su capacidad de trabajo”, prosiguió Xi. “Nunca dependió de los regalos de nadie y no le tiene miedo a las restricciones poco razonables”.
Xi puede permitirse ser más obstinado que su contraparte de Estados Unidos: es el líder chino con más poder desde Mao Tse-tung, se ha rodeado de incondicionales, purgó del gobierno a quienes se le oponen, e impuso estrictos controles sociales para acallar las críticas y el disenso.
También se presenta a sí mismo como un caudillo nacionalista del rejuvenecimiento de China, y sus ministros tienen la facultad de mover fondos públicos para estabilizar el mercado financiero chino mientras las bolsas del mundo se hunden por los aranceles.
“Xi estuvo toda su carrera política endureciendo a su país a la espera de este preciso momento”, dice Joseph Torigian, profesor adjunto de la Universidad Americana de Washington y estudioso de las élites políticas chinas. “Probablemente cree que el sistema político de China es mejor que el de Estados Unidos porque es más cohesivo y disciplinado. Probablemente piensa que el pueblo chino se sacrificará en el altar del rejuvenecimiento nacional”.
Además, Xi está preparado para un juego a largo plazo: no tiene que pensar en las elecciones, y desde 2018 tiene la potestad de gobernar China indefinidamente, tras haber derogado el límite de mandatos. Trump, por su parte, tendrá que abandonar la Casa Blanca en 2029, aunque ya ha dejado entrever que podría desafiar la Constitución y postularse por tercera vez.
Xi también puede usar la guerra comercial para justificar sus frecuentes advertencias sobre la hostilidad de Occidente hacia China, la misma razón que dio para encarar la seguridad nacional de manera integral e invertir en un ejército de primer nivel a expensas de otras necesidades. La decisión de Trump de concederles una suspensión de los aranceles a todos los países, excepto a China, refuerza esa narrativa.
“Ahora Xi no tendrá que hacerse cargo del estancamiento de la economía de China”, dice Jessica Teets, politóloga del Middlebury College en Vermont y experta en política china. “Tanto los ciudadanos como los empresarios chinos considerarán que el problema está más allá del control de Xi”.
Los órganos de propaganda de China vienen preparando al país para una lucha prolongada.
El Diario del Pueblo, órgano de difusión del gobernante Partido Comunista, publicó un editorial que comparaba a Washington con una banda de piratas. Según el diario, los diplomáticos chinos están cerrando filas y un alto funcionario pidió que “el ejército diplomático sea de hierro, leal al Partido, valiente para asumir responsabilidades, osado para luchar y estrictamente disciplinado”.
Mao Ning, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, publicó en la red social X el video de un discurso de Mao Tse-tung durante la Guerra de Corea -conocida en China como la Guerra de Resistencia a la Agresión Estadounidense y Ayuda a Corea- donde decía: “No importa lo que dure esta guerra, nunca nos rendiremos”.
“Somos chinos: no tememos a las provocaciones, no nos acobardamos”, escribió Mao en su discurso.
Dali Yang, profesor de la Universidad de Chicago y estudioso de la política china, dice que ese tipo de mensajes seguramente se repetirán.
“Por supuesto que habrá un esfuerzo sostenido para culpar a Estados Unidos, y especialmente a Trump, remarcando sus movimientos bruscos y sus contramarchas”, apunta Yang, y agrega que el partido “es muy eficaz para tener llegada a la gente común”.
Sin embargo y a pesar de todo su poder, los analistas dicen que Xi no es inmune al descontento popular. China seguramente sufrirá las consecuencias de los aranceles de Trump, que alcanzan al menos el 145%, una cifra alarmante que hace peligrar los 400.000 millones de dólares anuales que recibe desde Estados Unidos, el mayor mercado de sus exportaciones.
De todos modos, la prueba de fuego para Xi será que el partido logre seguir teniendo de su lado a la ciudadanía china y pueda ayudarla a sobrellevar las dificultades económicas derivadas de la guerra comercial.
David Pierson
Traducción de Jaime Arrambide
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