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Borja Jiménez se queda a las puertas de un gran triunfo en la Maestranza

Ficha del festejo:

Ganado: se lidiaron seis toros de Garcigrande, desigualmente presentados. Destacó por su completo juego, pronto y repetidor, el quinto pero también tuvo muchas virtudes el tercero. No rompió el primero; fue un mulo blando y soso el segundo; un marmolillo el cuarto y deslucido y con guasa el sexto.

José María Manzanares, de lirio y oro, tres pinchazos y estocada (silencio) y estocada tras pinchazo (silencio).

Borja Jiménez, de canario y oro, pinchazo y media estocada (silencio) y estocada caída (vuelta al ruedo).

Roca Rey, de negro y oro, estocada corta, caída y trasera (ovación) y estocada (silencio).

La plaza: lleno de ‘no hay billetes’. Saludaron los banderilleros Juan José Trujillo y Luis Cebadera tras parear al primero y fueron muy ovacionados los picadores de Borja Jiménez: Vicente González Barrera y Tito Sandoval.

 El diestro sevillano Borja Jiménez ha firmado la actuación más sobresaliente de la segunda corrida de la Feria de San Miguel de Sevilla. Jiménez cuajó de cabo a rabo al buen quinto con capote y muleta pero no pudo pasear las orejas que se había ganado por el mal manejo de la espada que dejó todo en una aclamada vuelta al ruedo.

Fue, a la postre, el argumento más definido de una tarde declinante en la que José María Manzanares y Roca Rey se marcharon de vacío con una corrida de Garcigrande –era la segunda que lidiaba la divisa charra en el abono de 2024- en la que sólo hubo dos ejemplares con verdaderas posibilidades para triunfar.

Uno de ellos fue el quinto, una bola premiada que iba a caer en manos del torero que más la necesitaba y que, posiblemente, también podía aprovecharla mejor. Fue Borja Jiménez que puso la entrega, la disposición, el desparpajo, las ganas de ser y una creciente calidad para cuajar una completa, trepidante e inspirada actuación en la que sólo falló el acero.

Jiménez, que no había barajado opción alguna con el deslucido segundo, se volvería a marchar a portagayola para recibir este quinto al que acabaría lanceando con sorprendente cadencia y personalidad. Ya había mostrado esa calidad capotera quitando por chicuelinas en el primer toro de Manzanares pero estos capotazos, citando enfrontilado y durmiendo el lance en el embroque, revelaron nuevos registros.

Tito Sandoval se iba a unir a ese buen hacer picando en maestro al animal en dos puyazos soberbios y medidos que lo dejaron a punto. Borja brindó a su hermano Javier, se hincó de rodillas y se puso a torear en la extensión más completa de la palabra. Los primeros muletazos, ligados en un palmo de terreno, los dictó de rodillas sin perder la compostura.

Con el toro en los medios se iba a lanzar la faena cosiendo una primera tanda en redondo mientras la banda de Tejera interpretaba Juncal. Más espatarrado, hundido con el toro, el matador de Espartinas dibujó un larguísimo cambio de mano que cosió a un monumental pase de pecho con la plaza entera metida en la faena.

Los naturales surgieron reunidos, dichos para dentro, trazados en un palmo de terreno. Pero Borja tuvo criterio y capacidad para cortar a tiempo y con la plaza hirviendo, marcharse a por la espada y cuajar un sabroso puñado de muletazos por bajo que pusieron la firma a su faena. Las dos orejas estaban cantadas pero los pinchazos, hasta tres, habían enfriado el entusiasmo cuando cayó la estocada definitiva.

Poco más hay que contar de una tarde en la que el propio Borja, ya se ha dicho, estrelló sus esfuerzos con un segundo soso y guasón con el que sólo cabía abreviar. Tampoco rompería para ningún lado la faena de Manzanares, que sí se lució de capote con un primero al que toreó muy apoyado en la voz sin decidirse a tirar la moneda. El cuarto, un simple marmolillo, sólo pedía la espada.

Roca llenó la plaza y tuvo la parroquia a favor pero no terminó de encontrar el camino con el tercero, un toro protestado de salida pero que acabó enseñando más virtudes que defectos en la muleta del peruano, que se empleó en un largo sobo en el que hubo más esfuerzo que expresión antes de que encontrara el definitivo acople, muy al final, en una postrera serie diestra. El sexto, deslucido y con demasiadas taras, no le dio más opción que coger el estoque después de comprobar que cualquier esfuerzo era estéril.

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