En el Caribe se acumulan buques norteamericanos. La Casa Blanca describe una operación para detener el tráfico de drogas hacia Estados Unidos. Pero la cantidad y tipo de naves que están frente a las costas de Venezuela hablan de algo más grande que interceptar barcos que transportan cocaína.
Una invasión es lo único que Washington descarta en materia de acciones militares. Sin embargo, tres buques de desembarco anfibio como el USS Iwo Jima, el USS Fort Lauderdale y el USS San Antonio parecen conjugarse con la movilización de la 22 Unidad Expedicionaria de Marines para lanzar un desembarco. Y el uso de tres destructores portando misiles Tomahawk y otros tipos de proyectiles guiados, parece preanunciar un bombardeo a tierra firme.
El Pentágono confía que, cortando el masivo ingreso de dólares que produce el narcotráfico, se asfixiará económicamente a la dictadura y ésta se derrumbará. Pero es imposible estar seguro de eso.
En su primera alusión al tema, el secretario de Estado Marco Rubio dijo que “muchos países” apoyan la operación en marcha, psin embargo sólo mencionó cinco: Guyana, Trinidad y Tobago, Ecuador, Paraguay y Argentina.
La razón de Guyana para apoyar una operación contra el régimen venezolano está a la vista: las amenazas de Nicolás Maduro con ocupar por la fuerza la disputada región del Esequibo. También Trinidad y Tobago tiene una razón visible en las constantes amenazas del régimen contra ese país insular, a cuyo gobierno acusa de apañar grupos terroristas que actúan en Venezuela.
El argumento de Paraguay son los vínculos del EPP (Ejército del Pueblo Paraguayo) con las FARC y el Cartel de los Soles, organizaciones que habrían apoyado esa narco-guerrilla guaraní que asesinó en el 2004 a Cecilia Cubas, la hija del ex presidente Cubas Grau.
Si bien los narcos ecuatorianos están asociados al Cártel de Sinaloa y otras mafias mexicanas, el presidente Daniel Noboa libra una guerra contra el narcotráfico lo suficientemente visible para ser, o parecer, un argumento lógico.
En Argentina también la penetración del narcotráfico es inmensa, pero la guerra a las narco-mafias no está en el centro del escenario. Por lo tanto, es probable que haber estado entre los primeros en adherir tenga otra razón: una nueva edición de las “relaciones carnales” que establecieron Carlos Menem y Guido Di Tella, el autor de la indecorosa metáfora.
Aquel seguidismo de Washington hizo que Argentina participara, aunque de manera periférica, en la Operación Tormenta del Desierto, con la que Estados Unidos barrió de Kuwait al ejército iraquí que lo había invadido. En aquel conflicto del año 1992 representaron el apoyo argentino la corbeta Spiro y el destructor Almirante Brown.
Liberar Kuwait de las garras de Saddam Hussein fue positivo. También lo sería que caiga la dictadura de Maduro. Pero si la operación para derribarlo desemboca en una acción que sería la primera de ese tipo en Sudamérica, se estaría en una situación de consecuencias difíciles de predecir.
El argumento de semejante despliegue militar (operación contra el narcotráfico), la calificación del Cartel de los Soles como organización terrorista y el señalamiento de Maduro y Diosdado Cabello como los jefes de esa narco-mafia, se conjugan de manera funcional a un ataque militar.
Planteado de ese modo, un ataque sobre el Palacio de Miraflores, los ministerios que manejan la seguridad y la estructura militar, y los cuarteles y bases de las fuerzas armadas bolivarianas, no dejaría de ser una operación contra el narcotráfico.
Quizá no vaya más allá de un cerco que, al cortar las vías navales del narcotráfico, debilite económicamente a la dictadura chavista. Pero si hay un ataque desde los buques norteamericanos, será la primera acción militar directa de Estados Unidos en territorio sudamericano.
En Centroamérica y las islas del Caribe hubo muchas invasiones y ataques de Estados Unidos. Pero en Sudamérica, donde muchos gobiernos cayeron por conspiraciones golpistas financiadas y dirigidas desde Washington, no hubo invasiones ni bombardeos de las fuerzas norteamericanas.
Del istmo hacia el Este y hacia el Norte, la historia está plagada de invasiones, comenzando con la guerra por la que Estados Unidos quitó a México los territorios de las actuales California, Utah, Arizona, Nuevo México y Nevada.
Después llegó el desembarco de 1912 en Nicaragua, iniciando el conflicto en el que sobresalió la figura del guerrillero nicaragüense Augusto César Sandino.
En 1954, la CIA participó directamente en el derribo del gobierno democrático de Jacobo Árbenz y puso en el poder al coronel Castillo Armas, iniciando en Guatemala una deriva que afectó a toda la región.
Once años más tarde, Lindon B. Johnson autorizó la Operación Power Pack, invadiendo República Dominicana para evitar que la llamada “Revolución de Abril” restituyera en el poder al presidente constitucional Juan Bosch, que había sido derrocado por un golpe de Estado conservador.
Las intervenciones militares directas continuaron hasta fines del siglo 20, con la invasión a Grenada que en 1983 ordenó Ronald Reagan para sacar del poder al marxista y autoritario Maurice Bishop.
Seis años después se produjo la invasión de Panamá contra el general Noriega y en 1995 se dio la única invasión para sacar del poder un dictador militar y reponer a un presidente democrático de izquierda. Fue en Haití, derribó al general Raoul Cedras y restituyó la presidencia al sacerdote Jean-Bertrand Aristide, que había sido elegido democráticamente.
El intervencionismo llegó a ser la regla en Centroamérica y las islas del Caribe, pero no en América del Sur. La injerencia fue permanente pero no hubo ataques directos ni invasiones. Por eso es tan difícil prever las consecuencias que tendría una acción directa contra el régimen chavista.
Venezuela no es Panamá, donde la invasión de 1989 se realizó desde adentro del país porque las tropas norteamericanas salieron de Fort Clayton y otras bases situadas a lo largo del Canal interoceánico. Venezuela es más grande y no hay bases norteamericanas en su interior.
Por eso lo mejor sería que el régimen se asfixie y caiga sin que se produzca un ataque. Sobre todo para el gobierno que involucró su país por una cuestión de “relaciones carnales”.