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Aprender para enseñar: los desafíos de la tecnología y la crianza

Según el informe “Digital 2024. Global Overview Report”, elaborado por We Are Social, en 2024 el número de usuarios activos en redes sociales ha superado los 5.000 millones, lo que representa el 62,3 % de la población mundial.

Solo en el último año se sumaron 266 millones de nuevos usuarios. Además, el usuario medio pasa 2 horas y 23 minutos diarios en sus plataformas favoritas y utiliza alrededor de 6,7 redes sociales cada mes. ¿Estamos preparados para acompañar a las nuevas generaciones en este entorno digital tan complejo?

Redes y transformación sociales

Las redes sociales han transformado profundamente nuestras vidas: han cambiado la forma en que nos comunicamos, nos percibimos y nos relacionamos, tanto con personas cercanas como con desconocidas.

Aunque hoy son objeto de numerosas críticas, su aparición supuso inicialmente una revolución positiva: nos ofrecieron la posibilidad de reconectar con personas que habían desaparecido de nuestras vidas y de acceder a información, comunidades e intereses antes inaccesibles.

El cambio decisivo llegó con la irrupción del celular, que consolidó el modelo de negocio de las aplicaciones móviles. En este entorno, las redes sociales comenzaron a rediseñarse para ser cada vez más adictivas, aprovechando los datos de los usuarios y algoritmos cada vez más precisos con el objetivo de captar su atención durante el mayor tiempo posible. Esto no solo favorece la permanencia en la plataforma, sino que también permite la recopilación continua de datos personales y la exposición constante a anuncios.

Hoy conocemos las consecuencias: disponemos de una abundante base de evidencia que demuestra el impacto negativo del uso excesivo y desinformado que tiene en la salud mental de niños y adolescentes, relacionado con el tiempo que pasan en estas plataformas y el tipo de contenido al que están expuestos.

Adolescencia y redes sociales

La llamada Generación Z —quienes nacieron entre 1995 y 2010— fue la primera en crecer con smartphones y redes sociales. Un experimento social sin precedentes cuyos efectos, en aquel momento, nadie pudo anticipar.

Como señala Jonathan Haidt en su libro “La generación ansiosa“, los seres humanos evolucionamos para desarrollarnos a través del juego libre y el contacto social en el mundo real. Es en esos espacios donde se forjan muchas de las habilidades necesarias para la vida adulta.

Sin embargo, esta generación ha vivido buena parte de su infancia y adolescencia frente a pantallas. Hoy nos encontramos con un preocupante incremento de casos de ansiedad, depresión, autolesiones e incluso suicidios entre los más jóvenes.

Privacidad y algoritmos: el caso TikTok

Uno de los temas centrales en nuestras charlas es el análisis de TikTok, la red social más popular entre adolescentes. Nos apoyamos en el informe de Amnistía Internacional (2023), que advierte sobre los riesgos que esta plataforma representa en materia de salud mental y privacidad.

El algoritmo de TikTok parece tener “vida propia“: predice gustos, preferencias y comportamientos con una precisión inquietante, lo cual, además de conllevar el riesgo de adicción, también trae aparejado una política de privacidad poco transparente, que permite la recopilación masiva de datos personales. Esta extracción de información no se puede desactivar ni restringir.

Soledad Lammoglia

¿Qué podemos hacer?

El primer paso es fomentar el diálogo, tanto en el ámbito familiar como entre adultos. Debemos reflexionar con honestidad sobre nuestros propios hábitos digitales para poder ofrecer un mejor ejemplo a las nuevas generaciones.

En este sentido, es importante recordar que un smartphone, aunque puede ser una fuente de entretenimiento, no deja de ser una herramienta. Su uso, como el de cualquier otra, requiere aprendizaje y acompañamiento.

Cruzar la calle, por ejemplo, puede abrir la puerta a nuevas experiencias, pero también implica riesgos si no se conocen las normas de tránsito. Del mismo modo, enseñar a los niños y niñas a usar el celular con responsabilidad es clave para que puedan aprovechar sus beneficios y minimizar los peligros.

Ahora bien, la legislación actual es claramente insuficiente: basta con indicar que se tiene más de 13 años para abrir una cuenta en una red social. Pensar que un menor de esa edad tiene la madurez necesaria para aceptar las condiciones de uso y ceder datos personales a una empresa privada resulta, cuanto menos, insólito.

Las plataformas no anticiparon los daños que podrían generar y, pese a la evidencia, tampoco han implementado medidas suficientes para mitigarlos. Ante esta realidad, se vuelve imprescindible que familias y educadores comprendamos el funcionamiento de estas plataformas para poder fomentar un uso equilibrado, consciente y no adictivo.

Debemos recuperar el espíritu inicial de las redes sociales: el de ser canales para conectar con quienes están lejos, sin sustituir las relaciones cara a cara ni las experiencias sociales que resultan fundamentales para el desarrollo y bienestar de niños y adolescentes.

En este sentido, creemos que el conocimiento es la mejor herramienta de protección. Por eso seguiremos impulsando encuentros con organizaciones e instituciones, abriendo el diálogo a través de charlas gratuitas sobre el uso responsable de la tecnología, donde buscamos poner en agenda una conversación relevante y actual.

Además, durante este 2025, lanzaremos una plataforma de aprendizaje con inteligencia artificial, diseñada para formar a los futuros profesionales en un uso ético y estratégico de la tecnología. Porque acompañar a las nuevas generaciones no solo es una responsabilidad, también es una oportunidad para construir un futuro más consciente, informado y humano.

(*) Especialista en Social Media Manager para Epidata. Licenciada en Ciencias de la Comunicación con orientación en Opinión Pública y Publicidad (UBA).

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