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Eco se convirtió en un “rock star” intelectual, tras la publicación de su bestseller, “El nombre de la Rosa” en 1980. Ya antes de esto, era considerado junto a Ferdinand de Saussure (1857-1913) y Charles Sanders Pierce (1839-1914) como el semiólogo -el estudio, interpretación y comunicación de los signos y símbolos dentro de la cultura humana y la naturaleza- más grande la historia.
Supongamos, sin embargo, que tenemos que discutir si es correcto o no tomar algo de alguien que te ha robado. Como se verá, no existe una ley matemática que establezca las condiciones precisas bajo las cuales se puede decir que una conclusión es verdadera. Es necesario, si se quiere construir un silogismo, partir de una premisa que sólo es probable. Por ejemplo, puedo argumentar: “Lo que otros poseen habiéndomelo quitado a mí, no es de su propiedad; está mal tomar de otros lo que es su propiedad, pero no está mal restaurar el orden original de la propiedad, poniendo en mis manos lo que originalmente estaba en mis manos”. Pero también podría argumentar: “Los derechos de propiedad están sancionados por la posesión efectiva de una cosa; si le quito a alguien lo que está en su posesión, cometo un acto contra los derechos de propiedad y, por lo tanto, un robo”. Por supuesto, un tercer argumento es posible: “Toda propiedad es per se un robo; tomar la propiedad de quienes la poseen significa restaurar el equilibrio violado con el robo original y, por lo tanto, tomar de los propietarios los frutos de sus robos no es solo un derecho, sino un deber”.
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Humberto Eco tenía pasión por las historietas, fuese como lector, semiólogo o un personaje de ellas
Como se puede ver, estos tres argumentos (en una forma cruda y elíptica que condensa la cadena de los silogismos retóricos o entimemas) son bastante aceptables, siempre y cuando uno acepte las premisas (que no son axiomas sino opiniones). La tarea de enfrentar el discurso deliberativo (o político) es la de demostrar, a través de otros argumentos, la aceptabilidad de estas opiniones, tomándolas como aceptadas por la audiencia, en orden de elaborar conclusiones de acuerdo con ellas.
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Eco, quien tenía pasión por ciertas historietas (Peanuts entre ellas) no tenía problema en decir a la sociedad lo que había que decirle: “He comenzado a odiar a la humanidad, así que si tuviera poder absoluto la dejaría continuar en el camino de la autodestrucción; sería destruida y yo sería más feliz”. “Es necesario enseñar a los jóvenes a filtrar y cuestionar la información que reciben a través de internet, en lugar de aceptarla sin más. Es una tarea difícil”. “Todo gobierno debería procurar mejorar la educación. Hoy en día, el problema son las universidades: el riesgo es que reduzcamos los requisitos de ingreso para dar acceso a más personas a la universidad, pero también disminuyamos la calidad en el proceso”. “Los que están en el poder deben comprender que hay que desafiarse para crecer” (de “Si gobernase el mundo”, Dec 10, 2015, un mes antes de morir)
Dos enfoques conforman dos instancias del discurso político: el teórico, para el cual la discusión de los derechos de propiedad es un asunto de economía política, y el propagandístico, que no debe confundirse con el “demagógico” en el peor sentido de la palabra. Ningún orador público en un discurso, ningún periodista en un artículo puede arrancar estableciendo las premisas fundamentales cada vez que expresa una opinión y pide que se tomen decisiones: simplemente toma la opinión generalmente aceptada a fin de persuadir la audiencia/lectores de un conjunto dado de consecuencias; o en caso contrario sostiene una opinión que no es generalmente aceptada de manera tan convincente que resulta indiscutible. Y los tres argumentos esgrimidos antes, como ejemplos, no son ficticios ni paradójicos, sino que constituyen el núcleo de muchos de los debates actuales y podrían ser aireados en una edición de Tribuna política.3
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Eco disfrutaba de las historietas, como lector y por el contenido trascendente de algunas de ellas. La que mas admiro fue Krazy Kat de George Herriman, considerada la primer historieta para adultos y la mejor de la historia. Apareció entre 1910/13 y 1944.
Todas estas observaciones apuntan al hecho de que el discurso político (al igual que el discurso filosófico, crítico o cualquier otro discurso que se ocupe de valores abstractos, en el contexto de un cuerpo de axiomas altamente formalizado) debe persuadir. En otras palabras, debe lograr que el oyente esté de acuerdo con el punto de vista del hablante, incluso si quedan otras opciones disponibles. Es, por tanto, una forma de discurso retórico.
Sin embargo, la retórica en este sentido es un ejercicio honesto y productivo. En lugar de imponer mi voluntad a otro, busco su acuerdo, su apoyo activo, y así argullo para persuadirlo en consecuencia. Al hacerlo, me veo obligado a reexaminar mis premisas y argumentos. En consecuencia, el discurso que estoy dirigiendo a otra persona también se dirige a mí mismo para aclarar lo que quiero. En un caso extremo, y en circunstancias de máxima honestidad intelectual, un discurso retórico destinado a convencer a los demás de algo, podría llevarme a rechazar lo que había querido decir. La retórica (en este sentido) como técnica de persuasión es un medio para crear conciencia.
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Los planteos existenciales de Krazy Kat, reflejan algunos de los problemas y cuestiones que atacaría Umberto Eco medio siglo mas tarde
Sin embargo, no podemos negar que existe otro sentido de la “retórica” entendida como discurso que enmascara bajo formas vacías y grandilocuentes una falta básica de argumentación sustancial. Si digo: “Adelante, adelante, sigamos el destino inmortal de esos hombres unidos a nosotros por un solo propósito”, estoy diciendo simplemente: “Hagamos lo que todos los que piensan de la misma manera que yo, quieren”, lo que por la fuerza de las emociones que he despertado podría entonces arrastrar a algún imbécil que no comparta mis puntos de vista. Esta segunda idea de la retórica es genéticamente dependiente de la primera y constituye su etapa natural de degeneración. De hecho, los técnicos de la persuasión han identificado desde los tiempos clásicos aquellas premisas y argumentos que parecen mejor diseñados para persuadir. Las premisas aceptables se llaman endoxa y consisten en opiniones sostenidas por la mayoría y difíciles de desafiar. Por ejemplo, un endoxón típico es: “Nunca debes hacer llorar a una madre”. Todos, inicialmente, sostendrían que esta es una verdad incontrovertible. Obviamente no lo es, porque si tengo que condenar a cadena perpetua un hombre culpable de violación y asesinato, debo hacerlo, aunque a su madre se le rompa el corazón. Sin embargo, una apelación de este tipo que sale de los labios de un abogado defensor sin escrúpulos aún podría evocar emociones incontenibles en un jurado, aunque solo sea por un momento o dos. He aquí, pues, un primer ejemplo de degeneración de la retórica: el uso de opiniones ampliamente sostenidas y difíciles de criticar sin que haya tiempo para considerar otras opiniones igualmente establecidas. En cuanto a los argumentos disponibles, la retórica tiene desde hace más de 2.000 años baterías clasificadas y repertorios de argumentación que, utilizados oportunamente, no pueden dejar de lograr consensos, aunque se sepa perfectamente que otros argumentos funcionan con la misma eficacia. Perclman, por ejemplo, cita dos argumentos típicos (también llamados loci) que, aunque mutuamente contradictorios, pueden a su vez evocar consenso. El primero es el locus de la cantidad: ‘Debes hacer esto porque la mayoría de la gente lo hace’. Exactamente lo contrario es el locus de la calidad: ‘Nadie documenta esto; Si lo haces, te pondrás por encima de todos los demás”. No es difícil ver que el uso intencional de premisas y loci, consolidados a lo largo del tiempo, permite obtener respuestas emocionales favorables, casi como reflejos condicionados, y esto constituye un ejemplo evidente de retórica degenerada.
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Krazy Kat ya adelantaba la fascinación -estupidez- de las personas por las cosas banales, en detrimento de lo realmente significativo. Un tema recurrente en Umberto Eco
Todos los discursos de Mussolini pertenecen a este segundo tipo de argumentación política. Tomemos una expresión como “Sólo Dios puede doblegar nuestra voluntad; los hombres y las cosas nunca pueden” y compararemos la con una opinión generalmente aceptada, de un tipo diferente suficiente para socavarla: “Dios actúa solo a través de los hombres y las cosas como sus instrumentos”. A menudo, el humor se logra gracias a la colisión paradójica de premisas opuestas e igualmente aceptables; pensemos en la ocurrencia de Bergson: “¡Alto! Sólo Dios tiene el derecho de matar a los de su tipo” O un anuncio que explota simultáneamente los loci de la cantidad y la calidad: “Un pequeño número de personas comprará este raro producto. ¡Únete ahora a este selecto grupo!’
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El historietista Argento-paraguayo, Robin Wood y Umberto Eco en 2010. Cuenta el mayor historietista Latinoamericano (lo lamento por los fanáticos de Oesterheld/El Eternauta; Alejandro Jodorowsky/El Incal; etc) que cierta vez cuando estaban en la Biblioteca del italiano, le pareció ver un Picasso en el piso y le pregunto “¿Eso no es un Picasso?, Eco le hizo el típico gesto de que no se preocupe y contestó “Los libros son más importantes” (entre los libros, una colección completa de Wood)
Por último, hay una tercera capa de uso retórico que se encuentra tanto en la retórica “creativa” como en la “degenerada”: esta son figuras retóricas como la metáfora, la metonimia, el oxímoron, el hipalaje o la paronomasia (juego de palabras). La lista de estas figuras incluye más de cien tipos y no es posible enumerarlos aquí.4 Recordemos simplemente que se trata de la capacidad de decir algo, tal vez algo bastante familiar, de una manera nueva y sorprendente como para llamar la atención y, por decirlo de esta manera, apelar al sentido estético de la audiencia. Una figura retórica bien utilizada y en el momento adecuado está cargada de numerosas connotaciones. Si yo diera un discurso a los consumidores pidiéndoles que limiten sus gastos frente a la devaluación del dólar, y en lugar de decir “nosotros, los consumidores, en esta coyuntura crítica” dijera: “Ah, mis compañeros de viaje en los mares tempestuosos de las finanzas internacionales”, no sólo estaría diciendo lo esperado de una manera inesperada, sino que estaría apelando a sentimientos de solidaridad, comunicando el dramatismo de la ocasión, haciendo partícipes a mis oyentes de una aventura común y pidiendo su confianza sobre esta base. Cuando estas figuras se utilizan por primera vez, sin duda asistimos a un acto creativo que nos hace ver la realidad con nuevos ojos; los poetas tienen este importante papel.5 Sin embargo, la figura recurrente ya está revestida de ciertos valores emocionales y connotaciones ideológicas por convención. Usarla, no es entonces simple pereza por parte del disertante. Este uso constituye también una inversión segura, aunque deshonesta, en la disposición emocional y la pereza de la audiencia.
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Wood dedicó un capítulo entero -y por cierto largo- de su serie Dago a su amigo Umberto, presentándolo como un monje benedictino Dibujos del argentino Carlos Gómez, quien como Wood, por razones políticas e ideológicas ha sido ninguneado y despreciado por la intelectualidad y el establishment nacional.
Hay una forma final de hacer un uso total de las figuras retóricas, que consiste en el real abuso verbal del poder y no sólo en la retórica degenerada. En pocas palabras, este es el discurso del estafador: un uso excesivo de las cifras, un entretejido de premisas y argumentos en el cual se pierde el hilo, revistiendo el discurso con todas las trampas de la cientificidad y la autoridad que lo acompaña, simplemente para confundir a una audiencia. Este tipo de discurso puede ser utilizado tanto por aquellos que saben lo que quieren decir, pero solo quieren que unos pocos lo sepan, como por aquellos que no saben lo que dicen y ocultan su propia confusión en una acumulación de retórica (negrillas por el traductor).
Todas estas formas de discurso retórico se pueden encontrar en la actividad lingüística de este país (y de otros), en el ámbito del debate político. Desenmascarar estos usos del discurso persuasivo no debe ser visto como un simple qualunquismo o un aparente rechazo a toda la política y a los políticos. Más bien, significa perseguir todos los abusos de poder y restaurar la claridad… cuando se la encuentra. En definitiva, el propósito es recuperar la claridad de pensamiento y, subsecuentemente, la libertad de información que es el derecho de todo ciudadano.
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Umberto Eco nunca les tuvo temor a las controversias. Si algo destestaba por encima de todas las cosas era a las distintas formas del fascismo, fueran estas de izquierda o de derecha. Sin dudas tendría algo para decir sobre la Argentina de hoy.
El lenguaje político siempre se dirige a públicos específicos. El político que habla en el parlamento o en la plaza, conoce el conjunto de opiniones y la apertura a la argumentación de sus oyentes. Calibra así su discurso de tal manera que llegue a una audiencia determinada y, por lo tanto, calibra la argumentación, modulando la agudeza de una afirmación aquí o subrayando un punto allí mientras deja otro de lado, todas estas son técnicas perfectamente legítimas de persuasión, no de abuso de poder. También nosotros, cuando intentamos convencer a un amigo de algo, recurrimos a argumentos que tocan el corazón.
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“Cuidado. No soy una rata de biblioteca. Escribo en varios diarios… pero leo. Veo televisión… pero leo. Hablo por celular… pero leo. Consulto Internet… pero leo. No me importa si el que lee lo hace en un libro tradicional o en una tableta: ningún sistema electrónico matará a Shakespeare, a Dante, a Joyce, a Kafka, a Proust. Al contrario: ¡hay que ver cómo lucen sus textos en las pantallas luminosas!”. Mas allá de las ideas preconcebidas que podemos tener, Umberto Eco fue siempre un hombre del tiempo que le tocaba vivir (jamás dijo: “en mi época…”) y siempre se hizo tiempo para seguir leyendo/pensando/aprendiendo.
Sin embargo, los medios de comunicación de masas han puesto al político en una posición, ya sea escribiendo o hablando, de necesitar dirigirse simultáneamente a todo un espectro de personas que están lejos de él y se diferencian por su origen, región, cultura e inclinación personal. El caso límite lo proporcionan los debates políticos en la televisión. Una investigación realizada hace unos años sobre el estilo de la argumentación de los políticos italianos aparecidos en Tribuna Política mostró que muy a menudo los argumentos de un liberal o de un demócrata cristiano, de un comunista o de un socialista eran muy diferentes entre sí, cuando la reunión pública era en la calle.6 Sin embargo cuando se presentaban a una audiencia televisiva, en el análisis parecían notablemente similares. Sabiendo que se dirigían a un público mucho más diferenciado cada orador tendía a suavizar los extremos y seleccionar argumentos aceptables para la mayoría, utilizando términos generalmente conocidos. El resultado es que todos convergieron hacia una especie de argumento a mitad del camino en el que, a pesar de todas las diferencias, emergió una visible uniformidad de opinión. Lo que se encuentra en la televisión también se encuentra en la prensa, aunque en menor medida ya que los periódicos tienen lectores específicos (y extremadamente específicos en el caso de los que son órganos partidarios). Pero incluso aquí no podemos pasar por alto el papel nivelador de los medios masivos de comunicación.
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Umberto Eco murió antes de la irrupción de la Inteligencia Artificial, es una lástima no tener su pensamiento/guía sobre el tema, pero lo que ya adelantaba sobre las redes sociales e Internet nos dan una señal de hacia dónde apuntaría.
Sin embargo, este no es el principal peligro al que se enfrenta el discurso político en Italia. Lo que llama la atención no es tanto la uniformidad (con algunas excepciones dramáticas) como la aparente incomprensibilidad, a veces hasta el punto de una vacuidad perniciosa. En cuanto a la vacuidad, uno puede señalar ejemplos de retórica degenerada y el uso de fórmulas probadas y comprobadas que prometen aceptabilidad y seguridad. Por ejemplo, hace unos años encontramos periódicos que informaban de dos discursos parlamentarios de este tipo: “El ministro Fulano de tal declaró: Daremos a las regiones poderes concretos. El honorable y Correcto Mengano reiteró: hay que oponerse a quien empuje al país en la dirección equivocada”. Si evitamos acusar a los disertantes de hablar en generalidades, no deja de ser significativo que instantáneamente el periódico en cuestión los haya seleccionado como los más discursos más significativos. Obviamente hay pocas cosas más abstractas que la expresión “poderes concretos”, y decir que hay que oponerse a quien empuja al país en la dirección equivocada es no decir nada sino analizamos la dirección y el tipo de error relacionado. Pero lo preocupante es que a lo largo del artículo aparecen expresiones entre comillas como: “El gobierno debe seguir adelante, seleccionando las propuestas y los estudios que se han realizado hasta ahora, identificando los puntos sustanciales de una nueva ley, para pasar con prontitud de la etapa de las propuestas puras y simples a la de la toma de decisiones”. La frase sólo dice que el gobierno debe, para resolver el problema, elaborar leyes precisas y luego aplicarlas. Lo que es, como todo el mundo sabe, lo que un gobierno hace o debería hacer todos los días, sin que el anuncio del hecho constituya una noticia.
Estos son ejemplos típicos de fórmulas nada difíciles de comprender y para nada poco atractivas, que son vagas y evasivas. Sin embargo, un segundo tipo de retórica degenerada consiste en el uso de fórmulas retóricas complejas, diseñadas para ocultar (o filtrar en beneficio de los entendidos) una decisión u opinión política que es demasiado arriesgada o insegura.
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Eco era un cultor del “serio ludere” (juego serio) renacentista: “Me divertí inventando un mundo, pero fui serio respecto a su precisión histórica y los cuestionamientos filosóficos”, post-cripto de “El Nombre de la Rosa”; “Disfrute de lo absurdo de la trama, pero fui mortalmente serio exponiendo como la gente crea significados a partir del Caos”, al hablar sobre “El péndulo de Focault”; “El texto es un lugar de juegos, pero uno donde las reglas deben ser rigurosamente observadas”, “Una Teoría de Semiótica; “Escribo para divertirme, pero tomo seriamente esa diversión. El lector debe reírse, pero también cuestionar”, entrevista de 1994;… Tal vez por ser un Sabio, Umberto Eco nunca perdió a su “pibe interior” (escribió cinco libros para niños y no tanto).
La serie de citas que ahora se presentarán es una selección de un debate en el que participaron políticos de varios partidos y que tuvo lugar en el Parlamento, en reuniones públicas y en los principales artículos periodísticos en junio de 1968 durante una crisis ministerial que amenazó con derribar la coalición de centroizquierda. Dado que situaciones de este tipo han ocurrido varias veces en Italia, el ejemplo bien podría servir como un modelo general aplicable a situaciones análogas. La primera intervención, realizada por la agencia de prensa Nuova Stampa, especifica que el proyectado gobierno de Leone “no debe ser considerado como un gobierno democristiano monocromático, sino como un gobierno de demócratas cristianos en monocromo”. Los expertos en materia política leían entre líneas la importancia de la distinción: se trata de un gobierno de políticos democristianos, pero en el que los democristianos como partido no asumen toda la responsabilidad. Sin embargo, para expresar el concepto sustancial sin divulgarlo, se emplea un procedimiento retórico, a saber, la antítesis; es decir, la repetición de las mismas palabras en orden transpuesto en dos frases sucesivas. El Muy Honorable Malagodi, por otro lado, expresa “el deseo de que el nuevo gobierno pueda actuar para servir únicamente a los intereses objetivos de Italia y no con vistas a la manifestación de formas políticas eventuales y futuras cuyo contenido concreto es hoy difícil de imaginar y evaluar”. La frase ejemplifica otra figura retórica, a saber, la perífrasis o circunloquio, y pretende mostrar que el partido que la enuncia no apoyaría al gobierno en una moción de confianza. Con las polémicas recalentándose, el Muy Honorable Zannier define la situación el 12 de junio de la siguiente manera: “Hay una problemática totalmente abierta. Por ahora es un momento de estancamiento”.
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Después de publicar su tesis, “Il problema estético in San Tommaso” en 1956, Eco editó en 1958 “Filosofi in Libertá”, bajo el seudónimo Dedalus -una referencia a James Joyce y la libertad artística- Una recopilación de los garabatos sobre los Filósofos que dibujaba en las conferencias- al que añadió unos versos. La edición limitada de 500 ejemplares fue rescatada en 2022 y publicada en español en 2024 (Libros del Zorro).
Dando a la “problemática abierta” el sentido obvio de “situación inestable”, llegamos así a la primera formulación: “inestabilidad estática”. En retórica a esto se le llama oxímoron. El oxímoron es, según Horacio, una “rerum concordia discors“, el choque de dos opuestos, como son “el entusiasmo cauteloso, la ambigüedad clara, la oscuridad luminosa, la debilidad fuerte”. Cuando se usa bien, puede dar poéticamente vida al significado de una expresión; cuando se usa mal sirve para disminuir el significado, es decir, para no decir nada. Pero el no querer decir nada puede constituir un mensaje político preciso, de lo contrario sería imposible explicar la frase de Nenni del 21 de junio: “Ahora hay que decidir. […] No nos queda más remedio que abstenernos”. Así, empezando por el oxímoron, nos encontramos con otra curiosa operación que se llama epanortos. La operación consiste en ampliar la frase inicial con otra que altere su significado. El 17 de junio, por ejemplo, surge una definición según la cual: “Este será un gobierno de negociaciones […] o mejor, un gobierno en espera”. Cualquiera que esté persuadido que un gobierno que “espera” hace menos que un gobierno que realiza su tarea está siendo engañado: “el gobierno en espera debe ser un gobierno en la plenitud de sus prerrogativas” y, por lo tanto, un gobierno que, para poder esperar de manera digna, debe hacer una enorme cantidad de cosas. La explicación es que “la espera” no se refiere al gobierno sino a los partidos que, mientras el gobierno gobierna, deben esperar y clarificar sus ideas. De ahí la “espera precipitada”.
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El oxímoron es tan atrevido que, en su momento, nadie quiso reclamar la paternidad por él. El Popolo del 17 de junio anuncia la definición, pero la atribuye a la Cariglia socialista. Avanti, el mismo día, afirma que fue el democristiano Gava; el Corriere della Sera, también ese día, decide atribuirlo al demócrata cristiano Sullo. A estas alturas, los parlamentarios socialistas tienen que hacer una declaración al respecto, retomando la polémica sobre la “desconexión” una vez más. El 13 de junio, Mariotti afirma que la retirada debería haber mostrado la determinación de los socialistas de volver al gobierno “con la condición de que el centro-izquierda garantice impugnar y cambiar democráticamente el sistema existente a nivel de la sociedad”. Sin embargo, el 18 de junio, el socialdemócrata Preti afirma que hay que comprometerse porque “en la sociedad italiana y europea de hoy el Movimiento Socialista no tiene la función de asumir un papel contestatario”. De ahí se pueden derivar dos oxímoron ejemplares: “desvinculación contestataria” y “compromiso que no impugna”.
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A estas alturas, el gusto por la desconexión se está extendiendo también a la Democracia Cristiana, primero a su ala izquierda y luego a todo el partido. El gobierno será democristiano, pero no la expresión de la democracia cristiana.
Esta importante decisión se anuncia a través de una secuela de operaciones semánticas que en retórica se denominan reticencia. Para el Popolo, el socialista Mancini decía que la Democracia Cristiana se desvinculaba; para Avanti, el que lo decía era el Partido Demócrata Cristiano. En cualquier caso, es evidente que la Democracia Cristiana se está desvinculando con respecto a un gobierno de la Democracia Cristiana, que se mantiene gracias a la ayuda de los socialistas. Mancini, con extrema delicadeza semiológica, capta la contradicción y la revela en forma de antítetón (que es, según Isidoro de Sevilla, una figura en la que los opuestos se oponen a los opuestos y generan la belleza de una enunciación); en efecto, la situación exige ahora que la Democracia Cristiana se comprometa y forme un gobierno con respecto al cual esta afanosamente tratando de desvincularse, mientras que el Partido Socialista Unido se desvincula de un gobierno con respecto al cual debería estar comprometiéndose. Se nos presenta así de manera simultánea otra figura bien conocida, la paradoja, más un oxímoron (no son dos), porque el antítetón opone una “desconexión comprometida” a una “comprometida desconexión”. Y a estas alturas se podría concluir que la élite política italiana ha estado escudriñando las obras ahora muy de moda de Marshall McLuhan, quien, con un hábil toque, define la comunicación alfabética (en la que no hay imágenes) como “visual” y la televisiva como “táctil”. Y cuando estamos rodeados de sonidos, luces, ruidos, palabras, etc., frente al televisor, McLuhan declara que estamos siendo sometidos a un medio “muy frío”, sin embargo, cuando nos estamos congelando en un extremo del teléfono, estamos teniendo una comunicación “muy caliente”. Con esta misma moneda, la noción de desvinculación se define ahora como “apoyar con todo lo posible el negocio en el que otros se están lavando sus manos”.
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Hemos llegado al momento culminante. Con un conciso juego de reticencias, después de tres días de la prensa advirtiendo sobre el inminente nombramiento de Leone como jefe de gobierno, Sullo anuncia al país que, habiendo recién sabido que el gobierno en espera va a ser ofrecido a su amigo Leone, la Democracia Cristiana le garantiza una afectuosa solidaridad. Por solidaridad se entiende: “Leone forma el gobierno eligiendo a los demócratas cristianos que quiere, pero el Partido Demócrata Cristiano no sabe nada sobre el asunto”. ¿Cómo es posible que no supiera nada? A través de un artificio que, según la semántica de Frege, consiste en cambiar el sentido de una frase sin cambiar su referente: no es lo mismo decir “Dante” que “el autor de la Divina Comedia”; o para ser más precisos, la cosa designada no cambia, pero el sentido de la designación sí. Dante, por ejemplo, tenía una nariz aguileña, pero como autor de la Divina Comedia, este hecho no importa. De ahí que Gui, Andreotti o Leone puedan ser vistos bajo dos supuestos diferentes: como políticos (que resultan ser miembros del Partido Demócrata Cristiano) y como políticos demócratas cristianos. Será en la primera de estas capacidades que participarán en el gobierno que, cabe señalarlo, no es un gobierno monocromático de la Democracia Cristiana, sino un gobierno monocromático con la Democracia Cristiana. La misma cosa ocurre con una canción de Dario Fo cantada por Janacci que habla de “El Veintiuno (un tranvía)”. Se puede decir que El Veintiuno y el político democristiano redescubrieron su verdadera naturaleza después de décadas de ser identificados represivamente con un partido en el que nunca no se realizaron completamente.
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El ciclo de nuestro drama retórico que se presenta en muchos actos (políticos) está completo. La posibilidad de una desvinculación contestataria, de un compromiso postergado, de un consenso disidente, de una divergencia paralela, de una afilada aristas roma, de un círculo con hipotenusa y de soluciones radicales que dejan las cosas como están, toda esta serie de artificios verbales que sólo personas irrazonables podrían definir como insensatas, se justifica como justificación de una decisión moderadamente decisiva, tomada por dos partidos de gobierno. Y la decisión se puede comunicar, sin figuras retóricas, como: “Dennos tiempo para pensarlo”. Si la superposición retórica parece absurda, la culpa no es del arte de la retórica, que expresa lo que se quiere decir, sino del hecho de que en política, quien quiere gobernar nunca tiene derecho a pensarlo demasiado.
Por otro lado, no hay que creer que todas las expresiones puestas en forma retórica ocultan necesariamente la vacuidad. A veces ocultan un potencial, un conflicto de alternativas, y, lejos de constituir artificios verbales sin contenido, representan artificios verbales que circunscriben confusamente un contenido; lo que pasa es que todavía no se sabe quién conseguirá llenarlos con su propio contenido.
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En la historia de la retórica parlamentaria y ministerial se ha celebrado la expresión “convergencias paralelas”, otro oxímoron, pero esta vez uno que no intentaba disfrazar un estado de indecisión porque se refería a una fórmula precisa de equilibrio gubernamental. No olvidemos que en el léxico de todos los partidos y corrientes políticas se encuentran expresiones quizás menos barrocas pero igualmente herméticas. Los candidatos podrían incluir: “objetivos no integrables”, “equilibrios más avanzados”, “nueva mayoría” e incluso, en su uso italiano, “revolución cultural”. Cada una de estas fórmulas se refería o se refiere a proyectos políticos precisos. Cada comentarista político podría, en un arrebato de sinceridad, traducir cada uno de ellos en una definición que ampliaría y aclararía exactamente lo que se pretendía expresar con la fórmula correspondiente. Sin embargo, pronto se notarían divergencias de interpretación, tanto sobre cuestiones políticas marginales (para el “outsider”) como cruciales. Esto se debe a que, cuando se presentan ocasiones en las que hay que tomar decisiones sobre un curso de acción, un político (ya sea por azar o por un “feeling” con las palbras) inventa y propone una fórmula que alude a la dirección a tomar. La fórmula no está vacía y el curso de acción es específico. Sin embargo, en ese curso de acción aún hay muchas opciones abiertas. ¿A cuál de estos se aplicará la fórmula? Lo que sucede en el mundo de la política es una especie de lucha ciega por controlar el poder de manera definitiva e inequívoca para llenar la fórmula de un significado particular. En el período de espera y en el apogeo de la lucha, la fórmula no carece de significado, sino que tiene muchos significados interrelacionados. Quien logre hacer prevalecer su propia interpretación tomará el control de la fórmula, convirtiéndola en el emblema verbal de su tipo de política. Excepto cuando, en el momento mismo del triunfo de una definición en particular, la fórmula se vacía definitivamente de todo poder de sugestión y pierde sus propiedades mágicas, dejando de ser el epicentro de la lucha moral.
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Sin duda, hay un lado fascinante en este proceso por el cual un lenguaje muchas veces anticipa las realidades que debe designar; desde el punto de vista del estudio de las formas retóricas y las pragmáticas (más que la semántica) del lenguaje, el fenómeno tiene mucho que ofrecer. Pero, desgraciadamente, estamos analizando el lenguaje político, esto es el lenguaje que debería ser hablado por toda la comunidad nacional para informar a todos los ciudadanos de las intenciones de sus representantes, para que luego puedan ser juzgadas. En la actualidad, la situación sociocultural de esta particular comunidad nacional es la expuesta hace un par de años por una Encuesta de Audiencia de la RAI sobre la comprensión de la jerga política en los noticieros de radio y televisión.
Los hallazgos, ahora ampliamente conocidos, brindan elementos para la reflexión. De cada cien entrevistados, veinte creían que la Confindustria (asociación de empresarios) era el sindicato de los trabajadores de la industria, y el 40% dijo no saber lo que era. Sólo el 28% de un grupo de trabajadores agrícolas en Andria conocía el significado de “alternativo”, y sólo el 19% el significado de “reorganización del gabinete”. Sólo el 8% de un grupo de amas de casa Voghera conocía el significado de la palabra “noción”. El 35% de un grupo de trabajadores de Milán pensaba que “diálogo” significaba conflicto de opiniones y el 40% consideraba que “ministro sin cartera” significaba ministro de Finanzas”. Casi el 50% pensaba que los “partidos laicos” se referían a los partidos a favor de la colaboración entre la Iglesia y el Estado, con sólo el 26% dando la respuesta correcta.
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La biblioteca de Umberto Eco, la que definió de “curiosa, lunática y neumática” y en la que acumuló cerca de 40.000 ejemplares (unos 2.000 trataban de demonología, a pesar de su agnosticismo). Le daba más importancia a los libros que no había leído, lo que llamaba su “anti-biblioteca”, que a los finalizados. sostenía que esto el demostraba todo lo que le faltaba aprender y que mientras más se sabía, más libros se acumulaban en espera de ser leídos.
Esta es, pues, la situación objetiva en la que se encuentra el orador público cuando se dirige al electorado. Es bastante fácil imaginar que cuando en la televisión el Honorable Colombo se refiere al desempleo con el eufemismo de “mano de obra disponible”, no está solo designando una realidad nada poética de una manera inofensiva, sino que, de hecho, está ocultando información al destinatario. Pero ¿realmente se está dirigiendo al ciudadano?
Este es un buen lugar para analizar los factores culturales que empujan al político a expresarse de las formas antes descritas. Hay razones que tienen que ver con la formación académica: los residuos de una cultura humanista de matiz legal o el legado de la ardua batalla por dominar el más polvoriento de los clásicos. La élite política tradicional está compuesta por intelectuales literarios más que por tecnócratas, y la mayoría no ha renunciado a las formas ornamentadas de expresión que simbolizan el prestigio y el estatus, y actúan como sustitutos del poder tecnológico y económico que está más allá de su alcance. Los industriales se expresan en términos mucho más concretos, y cuando Pasolini acusó a los políticos italianos de hablar un lenguaje tecnológico, se equivocó.8 El lenguaje político italiano es todavía pre-tecnológico, agrario.
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“Los hombres son animales religiosos. Los perros no lo son. Es cierto que ladran a la luna, pero probablemente no sea por religión. Los humanos tienden a buscar la razón en sus situaciones. Hay una hermosa frase atribuida a G. K. Chesterton: «Cuando los hombres ya no creen en Dios, no es que no crean en nada; creen en todo». El gobernante del mundo no puede eliminar la religión. Puedes ser ateo o no creyente, pero debes reconocer que la gran mayoría de los humanos necesita algunas creencias religiosas”. (de “Si gobernase el mundo”, Dec 10, 2015, un mes antes de morir)
Pero esta no es la única explicación. Una explicación adicional que profundiza en los efectos determinantes del desarrollo económico nos dice que el político, cuando habla en términos oscuros, en realidad está enviando un mensaje en código que emana de su grupo de poder y está destinado al otro. Los dos grupos, emisor y receptor, se entienden perfectamente bien, y el más ingenioso de los giros retóricos no es, para las personas adecuadas, un mero flatus vocis, sino otras tantas promesas, amenazas, rechazos y acuerdos. Está claro, además, que para que la comunicación entre los grupos de poder continúe sin interrupciones debe pasar por encima de las cabezas de los ciudadanos, al igual que el mensaje codificado que pasa entre dos campamentos armados en una situación de guerra, que puede ser interceptado por casualidad por un radioaficionado pero nunca comprendido. El hecho de que no sea entendido por los demás es la condición indispensable para el mantenimiento de las relaciones privadas entre los grupos de poder. En consecuencia, el discurso político en este sentido, cualesquiera que sean los objetivos del gobierno en cuestión, es antidemocrático porque supera al ciudadano y le niega cualquier espacio para estar de acuerdo o en desacuerdo. Es un discurso autoritario. Desenmascararlo es la única actividad política que vale la pena ya que se dirige a la ciudadanía como un mero agujero. Esta es la única forma real de ejercer la retórica para crear convicciones en lugar de inducir a la subyugación. Es un ejercicio cognitivo en el que uno sigue persuadiendo, pero persuade a los demás para que quieran ver las cosas con claridad.
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Umberto Eco murió el 19 de febrero de 2016, en Milán Italia, a los 84 años. Si bien había sido un hombre religioso en su juventud, tras su paso por la Universidad se declaró agnóstico “ Soy agnóstico porque no se si Dios existe o no, y encuentro presuntuoso afirmar certeza en cualquier sentido” (2007, La Repubblica”)
Es moralmente correcto afirmar que el discurso político debe liberarse de las técnicas retóricas para relacionarse con la verdad. Gobernar una ciudad es una cuestión de opiniones, y es en relación con esta pluralidad de opiniones que debe jugarse el juego de la persuasión recíproca. Cuando un grupo afirma que la discusión es inútil y una pérdida de tiempo, es mejor, en nombre de la coherencia, que evite los laberintos de la persuasión y se involucre directamente en una acción revolucionaria (en la que el poder popular es su propia razón de ser). Mejor aún sería recurrir a la vil demostración de una fuerza armada que no dice mentiras y actúa como un llamado a la revolución. Sin embargo, el discurso político que sustituye el discurso persuasivo por fórmulas encantatorias (o, peor aún, por fórmulas mágicas que contienen mensajes secretos que se transmiten de bruja en bruja) representa una realidad lingüística y cívica que toda comunidad democrática debe atacar con el arma del análisis clarividente y la desmitificación.
Notas
- Véase U. Eco, La struttura assente (Milán: Bompiani, 1968), especialmente las secciones A4 («El mensaje persuasivo») y A5 («Retórica e ideología»), por no mencionar el análisis de los carteles publicitarios en B5.
- La reinstalación más amplia y completa de la retórica en una perspectiva contemporánea es C. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca, The New Rhetoric: A Treatise on Argumentation (J. Wilkinson y F. Weaver; Londres: University of Notre Dame Press, 1969). Muchas de las observaciones que hago aquí, especialmente en lo que se refiere a las afinidades entre la retórica persuasiva y el discurso filosófico no dogmático, están inspiradas en este trabajo.
- Es fácil señalar cómo los tres argumentos sobre la propiedad y el robo condensan tres posiciones ideológicas diferentes. La primera se remonta a la argumentación de la casuística católica, en particular al principio de la “compensación encubierta”, según el cual un empleado mal pagado, después de haber escuchado el consejo de su confesor y a falta de otros medios de reparación, puede compensarse de alguna manera para restaurar la proporción del “salario justo” que se le ha negado injustamente. El segundo argumento es el del derecho actualmente establecido: para restituir lo que alguien ha tomado posesión indebidamente, debo recurrir a los tribunales para que la posesión sea declarada ilícita. De lo contrario, es una propiedad que la ley reconoce y no puedo reapropiarme de ella mediante un acto individual arbitrario. El tercer argumento es, a grandes rasgos, el de los comunistas. Hay que señalar, sin embargo, que el primer y el tercer argumento bien podrían coincidir; Sino por el hecho de que, de común acuerdo, el argumento casuístico se limita claramente a la esfera ética (relaciones personales y asuntos a pequeña escala), mientras que el argumento comunista se extiende a la esfera política (relaciones colectivas y escala planetaria). Sin embargo, el hecho es que con el conjunto de premisas comunistas no hay diferencia entre las esferas política y ética, con la primera subsumiendo a la segunda. En cambio, el argumento casuístico, para que funcione, debe asumir como implícitas las premisas que establecen la diferencia entre política y ética. Para el argumento número dos, por el contrario, ambas esferas son neutralizadas por la de la ley, que gobierna supremamente. El hecho de que los tres argumentos sean de naturaleza retórica se demuestra por lo siguiente: todos dejan de ser válidos si se cambia el sistema de premisas implícitas que los sustentan.
- Para dos repertorios ejemplares, véase el ágil «L’ancienne rhetorique» (Communications, 8, 1965), de R. Barthes, y el más denso H. Lausberg, Elementidi retorica (Bolonia: Mulino, 1972). Para el manual definitivo, véase H. Lausberg, Handbuch der literarischen Rhetortk (Munich: Hueber, 1960).
- Los grafitis de la Sorbona de mayo de 1968 son todos excelentes ejemplos de formulaciones retóricas frescas y eficaces. Tomemos algunos de los más conocidos: Popularizar las luchas del Divino Marqués’ (paradoja)’, ‘El patriotismo es egoísmo de masas’ (oxímoron); ‘CRS-Asesinos’ (aliteración); ‘Poder para la imaginación* (personificación); La sociedad es una flor carnívora” (semejanza); “En Nanterre se entra” (paronomasia); “Está prohibido prohibir” (antítesis derivatoria); Deja el miedo a los rojos a los animales con cuernos” (metonimia + perífrasis + metáfora).
- Véase Paolo Fabbri, «Prospettive di analisi del linguaggio politico», en Il Telecomizio – Aspetti semiologici e sociologici del messaggio televisivo (Urbino: Fditrice Montefeltro, 1971).
- Véase Risultati di una indagine sulla comprensione del linguaggio politico, RAI, Appunti del Servizto Opinioni,
- La polémica sobre el lenguaje tecnológico, iniciada por la intervención de Pasolini en una conferencia, tuvo lugar a finales de 1964/principios de 1965; para un primer resumen, véase Andrea Barbato, Da Dante a Granzotto, L’Espresso, 24 de enero de 1965.
- En este sentido, la figura retórica dominante cuando los políticos se comunican con el público en general es el eufemismo. Véase el capítulo titulado “Interdicción política” en Nora Galli de’ Paratesi, Semantica dell’eufemismo (Turín: Giappichelli, 1964), publicado más tarde por Mondadori bajo el título Le brutte parole.
Tradución Miguel D. Bosch.