El siglo XXI ha sido, hasta ahora en Rusia, el siglo del presidente Vladímir Putin. Y con el anuncio de este viernes hecho por él mismo, aspira a renovar una vez más su cargo al frente del país, al menos hasta 2030, si gana los comicios del próximo 17 de marzo. «En diferentes momentos tuve diferentes pensamientos sobre esta cuestión. Pero entiendo que hoy es imposible hacer otra cosa. Así que me presentaré al cargo de presidente«, anunció Putin, confirmando un secreto a voces, en un acto en el que concedió a soldados que lucharon en Ucrania el más alto honor militar del país euroasiático, la estrella de oro del héroe de Rusia.
Llegado de forma inesperada a la jefatura del Estado en 1999 como sucesor del impopular Boris Yeltsin, despreciado por el pueblo ruso por su gestión de los infames años 90 y sus privatizaciones, el que fuera espía del KGB en Berlín se consolidó en el poder con su polítca de puño de hierro. Desde entonces solo ha estado fuera de la presidencia durante un paréntesis, entre 2008 y 2012, en el que fue relevado por su delfín Dmitri Medvedev. En aquel momento el «tándem» dirigió el país, y aunque Medvedev parecía un soplo de aire fresco y renovador, Putin como primer ministro tenía más peso en la toma de decisiones del que parecía en un principio y acabó apartando a su protegido para regresar a la presidencia, en la que legalmente podría estar hasta 2036.
El presidente ruso fue uno de los impulsores de un nuevo comienzo de las relaciones con Estados Unidos y Occidente a principios de los 2000, algo que ejemplificó su sintonía en aquel entonces con líderes occidentales como George Bush, José María Aznar o Silvio Berlusconi, algo que años más tarde empezó a emponzoñarse hasta derivar en una suerte de nueva ‘guerra fría’. Esta se gestó en las primeras revoluciones de colores en países exsoviéticos como Ucrania, Georgia y Kirguistán, se empezó a hacer evidente en la guerra rusogeorgiana de 2008 y se confirmó con la revolución del Maidán, la anexión rusa de la península de Crimea y la guerra del Donbás en 2014. En lo que respecta de puertas adentro, Putin consiguió estabilizar un país y una economía que sufrió mucho con la disolución de la URSS, algo que fue acompañado de un giro conservador en derechos sociales y un retroceso de las libertades civiles como la protesta, las reinvindicaciones del colectivo LGTBI o la libertad de prensa.
Retos en ciernes
El 2024 será un año con muchos retos para Rusia. Las elecciones presidenciales del próximo mes de marzo llegarán en un período complejo para el país euroasiático en plena ofensiva contra Ucrania, una situación económica difícil, una crisis demográfica en ciernes y la incertidumbre entre los ciudadanos de cómo cambiará su día a día después de una posible reelección de Putin. El problema más acuciante, y que provoca otras derivadas, es la «operación militar especial» en Ucrania, que recibió este nombre del oficialismo ruso porque estaba previsto que fuera más corta y mucho más sencilla.
Una de las medidas que quiere combatir el estancamiento en el frente ha sido facilitar el reclutamiento de hombres para el combate, algo que las voces más pesimistas incluso auguran que podría derivar en una gran mobilización para dejar zanjado el conflicto rusoucraniano más eficazmente y con un resultado favorable a Moscú.