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Nuevos pobres: tienen trabajo, jubilación o hacen changas, pero no les alcanza para comer

“Yo tengo donde vivir pero vengo acá porque no me alcanza para pagar la comida”, dice Gustavo Galienes (75) mientras come un guiso de una bandeja chiquita de plástico que le acaban de dar en la parroquia Santa María de Caballito.

El Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) arrojó que la pobreza alcanzó, en el tercer trimestre de este año, al 44,7% de los argentinos. Esa cifra representa las historias de millones de personas que aguardan y rezan por tener algo con que llenar su plato de comida.

Gustavo cobra la mínima y solo le alcanza para pagar el alquiler. Tiene que comer en un comedor de una iglesia. Foto Rafael Mario Quinteros Gustavo cobra la mínima y solo le alcanza para pagar el alquiler. Tiene que comer en un comedor de una iglesia. Foto Rafael Mario Quinteros Gustavo agarra el plato de guiso con una mano, el tenedor con la otra y come pausado “para que me llene más”, aclara. Le cuenta a Clarín que es jubilado, cobra la mínima y con eso solo puede pagar un alquiler en Villa del Parque. “Yo vivía en otro lado, pero el pago de las expensas se me fue de las manos. Ahora estoy en otro lugar, pero si pudiera irme a un lugar aún más económico lo haría, porque tampoco me alcanza tanto”, dice mientras agarra un pedacito de papa de su bandeja.

Sin plata, Gustavo cuenta que tuvo que empezar a desprenderse de lo poco que tenía. “Vendí una mesa con seis sillas, un sillón y una mesa baja”.

“La pobreza te saca todo”, retruca otro hombre desde la puerta, mientras recibía su porción de guiso.

En la parroquia Santa María reciben entre 150 y 180 personas por día. Foto Rafael Mario QuinterosEn la parroquia Santa María reciben entre 150 y 180 personas por día. Foto Rafael Mario QuinterosEl relevamiento de la UCA también arrojó que de ese 44,7% de pobres, el 9,6% (4,4 millones de personas) son indigentes. Al dar a conocer estos datos, Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social, explicó que mientras perdure la estanflación y hasta que no haya una salida positiva a la fase de ajuste que se avecina, durante el próximo año la pobreza va a seguir aumentando aún manteniendo las ayudas del Estado a las familias más pobres.

La lluvia empieza a caer con más fuerza pero el hambre es más fuerte. No solo nadie abandona la fila en la vereda, sino que se suma más gente en busca de un sánguche con una feta de jamón. Paradas a la intemperie hay personas mayores y mamás con chicos mayores. En el mejor de los casos cuentan con un carrito en el que también guardan la comida, o bolsas, o simplemente sus manos.

En la parroquia Santa María reciben entre 150 y 180 personas por día. Le ofrecen a los que se acercan fideos con tuco y carne, una fruta, un pan y cuando se termina la mercadería reparten algunos sanguchitos. “Cada vez recibimos más personas, cada vez es peor y a veces casi no llegamos. Hay personas que vienen por primera vez e incluso otros tantos vienen de la provincia como González Catán, Berazategui, San Vicente”, cuenta Antonio Senkowski, encargado de las viandas.

La basílica María Auxiliadora y San Carlos es conocida como «Mafalda» entre las personas en situación de calle. “Ahí está la fila más larga de las parroquias”, sugiere un hombre, sentado con un pedazo de cartón en el umbral de un edificio, mientras come un pan. Su comentario era la postal exacta del lugar, una fila llena de personas que bajo la lluvia esperaban que sean las 19 para comer en, según ellos, “el lugar que más variedad de comida tiene».

Bajo la lluvia, con bolsas o solo sus manos, la gente espera un plato de comida en la basílica María Auxiliadora y San Carlos de Almagro. Foto Rafael Mario Quinteros Bajo la lluvia, con bolsas o solo sus manos, la gente espera un plato de comida en la basílica María Auxiliadora y San Carlos de Almagro. Foto Rafael Mario Quinteros “Hace unos meses que me vengo a sentar acá, a veces vengo, otras no, es cada tanto”, dice Estela (59). Su pelo está impoluto, sus labios pintados de rosa y sus ojos con sombras verdes. “Aunque esté en esta situación, siempre trato de estar arreglada. Tengo un techo, pero no comida”, le dice a Clarín. La mujer es sobreviviente de chagas y se las rebusca limpiando casas de vez en cuando.

Con una gorra que usa con la visera hacia adelante, se acerca Martín Luque (49). “Hace dos años estoy en esta situación. Trabajo de limpieza en una pizzería y gano 70 mil pesos que es lo que me alcanza para pagar una pieza”, relata.

Martin Luque trabaja en una pizzería, gana 70 mil pesos y con eso paga una pieza. A veces come una vez por día. Foto Rafael Mario Quinteros Martin Luque trabaja en una pizzería, gana 70 mil pesos y con eso paga una pieza. A veces come una vez por día. Foto Rafael Mario Quinteros Martín llega a la basílica a las 18, para ser unos de los primeros y así llegar a tiempo a su empleo que comienza a las 20. Sus días son siempre así, y cuando no hay algún centro abierto para retirar comida, él deja un poco de la bandeja del día anterior para llevar algo al estómago.

“Me la rebusco. A veces desayuno, a veces solo almuerzo o solo ceno. Simplemente uno tiene que seguir rebuscándose la vida como puede. Yo hoy vivo de la caridad”, expresa.

Diego Miranda (38) llega con dos bolsas, cada una en una mano, una tiene ropa y otra está llena de comida y pedazos de cáscara de la mandarina que se comió en la escalinata de la iglesia. “Hace 4 años que paro por acá. Tengo dos hijos. Cada vez está más jodido”, describe.

«Cada vez está más jodido», dice Diego Miranda, que hace 4 años concurre a un comedor. Foto Rafael Mario Quinteros Diego, además de ir en busca de comida todas las tardes, también tiene una changa donde ayuda a descargar mercadería de verdulería o a veces se pone a limpiar vidrios de los coches. “Siempre lo hago. Hay que sobrevivir”, dice mientras se va a paso rápido para resguardarse de la lluvia.

La lluvia no para de caer y Lino está firme, con su paraguas celeste y blanco que está a punto de desarmarse, en la fila esperando su comida del día. “Tengo 74, vivo acá sobre calle Maza, un señor me ayuda con el alquiler porque me bajó el precio. Pero vivo por las changas, pinto casas o arreglo jardines. Cada vez veo a más gente acá, hay más compañeros de comedor”, dice.

“Yo tengo la suerte de vivir solo y no tener que alimentar a nadie. Me puedo arreglar. Pienso que el año que viene quizás nos saquen este espacio para comer, pero mientras tanto estamos acá. Sobreviviendo”, sintetiza.

MG

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